Realmente ser ateo es tan triste como ser comunista. Toda una vida luchando para justificar lo que no existe, convertir en tangible lo que a nadie le importa. Ocuparse en eso es partir a la isla desierta con paraguas. Mejor es la soga. Una vida de este modo, como un hombre que comienza a usar anteojos en la infancia, seguirá siendo un manojo de explicaciones de porqué no. No es espantoso cuando ese que conocimos con anteojos permanentes, de pronto se los quita?
Cuando alguno de estos amigos antitutti (ahora disipados por los golpes de la milanesa de la vida) atraviesa penurias o malestares, yo les mando bendiciones de cobro revertido, pie de vendedor de cuchillos que aguanta la puerta. Continúan poniendo los mismos dientes de perro vagabundo que acepta un hueso porque es eso o la nada.
Un dios es indispensable, inspirador, fácil de armar. Hay que ponerle empeño como a la maqueta del submarino. Su socialización es para vagos que construyen religiones como clubes. Para tener el tuyo en casa e ir a adorarle cada tanto tenés que familiarizarte con las herramientas, criar algún callo o sangrar. El coloreado final será lo más entretenido. Seguramente al terminar el prototipo la vida ya no tenga sentido.
El dinero, por su parte, hace que te lo pueda contar.
Comer y creer son fenómenos similares.